Matteo Bertoletti Matteo Bertoletti

Matteo Bertoletti

Atoq

Contemplar la utopía más allá de la aventura. La “armonía” en Bolivia guiada por el café

Cochabamba es la tercera ciudad más grande de Bolivia y está ubicada casi en su centro. A 100 kilómetros al noroeste de esta urbe, en el montañoso pueblo de San José, en 2019 comenzó la producción del café de especialidad. El proyecto fue iniciado por Mateo Bertoletti, el fundador de Atoq. Trayendo a ingenieros de países avanzados para administrar e instruir el cultivo, la tecnología de procesamiento, la conservación ambiental de las tierras de cultivo, etc., ha logrado desarrollar canales de venta para 30 familias hasta el momento. En Bolivia, la región de Caranavi es una gran productora de café, pero él puso el punto de mira en una región fronteriza desconocida, con menor escala de producción y red de distribución. Ahora bien, ¿por qué Mateo está intentando convertir a San José en un área productora de café? Todo comenzó con una simple duda.

No hay café boliviano por ninguna parte

Nacido de madre boliviana y padre italiano, Mateo creció en una familia sin ninguna conexión con el café. Justo después de nacer en Italia, se mudó a Bolivia para luego irse de nuevo a estudiar a su tierra natal en 2012 cuando cumplió 21 años. Se especializó en economía y consiguió un trabajo local después de graduarse. Al tiempo que trabajaba en el sector tributario, ayudaba a su hermano, quien dirige una empresa importadora en Bolivia, así fue como asistió a diversas ferias del sector realizadas en Italia. Cuando fue a Trieste Espresso —una de las ferias más grandes de la industria del café— una duda surgió en la cabeza de Mateo mientras andaba entre los puestos de exhibición: 

Allí conocí muchas empresas y tostadores, pero ninguno de ellos trabajaba con café boliviano, a pesar de que Bolivia es un país caficultor. ¿Cómo es que no tiene presencia en el mercado internacional? No podía quitarme esta idea de la cabeza. 

Mateo comenta que no estaba interesado en el café en aquél entonces. Sin embargo, también fue una época en la que se sentía insatisfecho con su trabajo —centrado en el escritorio— así que ya estaba empezando a pensar en otras posibilidades.

Yo soy una persona práctica. Cuando me nace la curiosidad, está en mi naturaleza querer hacerlo por mí mismo. En ese momento, no hacía otra cosa que mirar la pantalla de la computadora de modo que no me sentía muy cómodo. Sentí que se trataba de una oportunidad de negocio así que invité a mi hermano al proyecto, pero su reacción fue apática. Llegando a este punto, no tenía más remedio que hacerlo yo mismo. Pues bien, se me ocurrió ir primero a Bolivia unos seis meses para buscar pistas para resolver mi duda.

La hipótesis que se planteó fue que la falta de comunicación entre productores y compradores era la causa. De esta manera, empezó a visitar a expertos de la industria en Bolivia para convertirse en intermediario. Aunque no tenía conocimientos de agricultura ni de la industria cafetera, amplió su red de conexiones contactando a personas conocedoras del café a través de correos electrónicos y LinkedIn.

En 2019, se cerró un trato que Mateo negoció entre un comprador italiano y cuatro productores de café de La Paz. El primer lote de café llegó a puerto italiano una semana antes de que el gobierno italiano implementara un bloqueo nacional para frenar la propagación del nuevo coronavirus.

Ponerse del lado del productor

Aunque Mateo había logrado su objetivo original, durante los seis meses que actuó como intermediario entre productores y compradores no se sintió satisfecho del todo. Continuó preguntándose a sí mismo si era eso lo que realmente quería hacer y si no había otra manera de hacer las cosas. 

Por extraño que parezca, pudo gozar de un período de investigación mientras la actividad económica mundial estaba estancada debido al desastre del covid-19. Se puso a investigar sobre el grano de café verde, la agricultura, la economía y la historia. Mientras estudiaba todo lo relacionado con el café, llegó a la conclusión de que aumentar el número de productores de café de especialidad sería lo ideal para que Bolivia —que se había quedado atrás en términos de escala de producción y reconocimiento de nombre— les ganara la partida a los países productores vecinos.

Pude construir una buena relación con el comprador porque lo uní a un caficultor que supo satisfacer sus necesidades. Pero me dio la impresión de que no me había esforzado lo suficiente con los caficultores. Me di cuenta de que, dado que no tenía grandes instalaciones, organizaciones o capital, era importante construir una relación sostenible con los caficultores para estar más involucrados y apoyarlos.

En el proceso de búsqueda de una nueva base de actividades de Mateo, Caranavi era inevitablemente una ciudad candidata. Caranavi es de las zonas cafeteras más importantes ya que representa el 90% de la producción de café de Bolivia. Sin embargo, desde Cochabamba —la ciudad más grande del departamento de Cochabamba en donde se encuentra su casa— tenía que pasar por la capital (La Paz) donde los atascos son frecuentes y se tarda más de siete horas en auto. Existía también el riesgo de no poder llegar a la finca en caso de haber manifestaciones en La Paz o por los frecuentes bloqueos de carreteras durante la temporada de lluvias. 

Al final, eligió un pueblo agrícola llamado San José (en el mismo departamento de Cochabamba) como base de producción del café de especialidad. Debido a que está a poca distancia de su casa, pensó que sería un lugar adecuado para hacer crecer el proyecto a largo plazo.

Los residentes de San José originalmente cultivaban vegetales como la calabaza y el rocoto (un tipo de chile). La producción de café comenzó en 2012 cuando se incentivó su cultivo como parte de un programa municipal. Sin embargo, ese mismo año, la roya se propagó y la mayoría de los productores que perdieron su cosecha abandonaron la producción.

Posteriormente, se inició un nuevo programa nacional de café dirigido al desarrollo rural y en 2018 se reanudó la producción de café en San José. Fue al año siguiente que Mateo pisó el pueblo —donde ya había un sustrato para la producción del grano— y vio potencial de crecimiento.

Avanzando con espíritu aventurero

Hay una razón más por la que Mateo se sintió atraído por este pueblo desconocido. Fue precisamente cuando estuvo viajando de un sitio a otro intentando ser intermediario. Estaba planeando conducir por las montañas para llegar a los cafetales de Caranavi. Pero sus amigos y familiares le advirtieron que la carretera de Yungas (área montañosa al noroeste de La Paz) era peligrosa y que no viajara solo. Sabía que era peligroso dado que tenía que pasar por la llamada “carretera de la muerte”, pero no era una razón suficiente para darse por vencido. En vez de ello, en su pecho había nacido un sentimiento como de aventura. 

Las carreteras bolivianas son carreteras bolivianas después de todo, y al final no son muy diferentes de otras. No me gustaba que la gente hablara, al igual que mi familia, como si conocieran la zona a pesar de que nunca habían estado allí. Siempre hay algún riesgo al ir a un lugar desconocido. Eso es precisamente lo que me emociona. Nunca me he sentido cansado ni aburrido.

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Convertirse en parte de la comunidad

Por mucha cooperación externa que se obtenga, y por muy bueno que sea el terruño, sin los productores no se puede cosechar. Sucedieron una serie de eventos inesperados hasta que la producción de café llegara a encarrilarse.

Los primeros esquejes se plantaron en 2018, pero el 90 % de los productores solo había cosechado dos veces. Basándome en mi experiencia trabajando con productores en Caranavi, supuse que los productores de San José tenían conocimientos agrícolas básicos, pero… Creo que no estaba mirando la realidad que se trataba de un proyecto que estaba empezando desde cero de manera objetiva.

En primer lugar, Caranavi y San José tienen ambientes sociales completamente diferentes. Los productores de Caranavi pueden comunicarse en español, mientras que los de San José solo hablan quechua. Necesitaban un intérprete cada vez que Mateo y los ingenieros necesitaban comunicar algo. La única escuela primaria en el pueblo se construyó alrededor de 2010, de modo que la mayoría de los adultos crecieron sin recibir educación. Además, el programa nacional de café se enfoca principalmente en enseñar técnicas de cultivo, dejando la venta y exportación a los productores. Es extremadamente difícil que cada uno logre desarrollar nuevos socios comerciales.

A pesar de los muchos obstáculos que tenía que superar, el corazón de Mateo estaba lleno de esperanza.

Precisamente porque la comunicación era difícil, mi deseo de mezclarme con la comunidad y formar parte de ella se hacía más fuerte. Incluso en la misma región de Cochabamba, hay quien no sabe dónde está San José, y muchos otros ni siquiera saben que existe. Pensé pues, que era el momento justo para poner en el foco a San José, una ciudad cuya existencia se había borrado del mapa. 

Es demasiado pronto para llamar al proyecto un “éxito” en este momento, pero Mateo siente que está progresando constantemente. 

Desde que empezamos a trabajar juntos, la mirada de los jóvenes ha cambiado. Están más motivados y ansiosos por aprender más. La relación de confianza, que se vino profundizando a través de la acumulación de proyectos, se ha convertido ahora en una amistad. Es una relación maravillosa en la que podemos reír y hablar de nimiedades.

Un mundo más allá de la colaboración

El proyecto, que se inició en el 2019, ha cumplido su cuarto aniversario. El área cultivada es de 12 ha para 30 familias, lo que es una escala pequeña (de 0,25 a 0,5 ha por familia) de modo que todavía es difícil ganarse la vida solo con el café. Aun así, los productores han aprendido técnicas de cultivo y profundizado su comprensión sobre la conservación ambiental y la protección del ecosistema de las tierras agrícolas. Entre las comunidades vecinas, el perfil de San José ha aumentado significativamente.

El café tiene un atractivo que no tienen los demás productos agrícolas. Con otros productos agrícolas, pocas personas se interesan en conocer su procedencia o su productor. Pero con el café, todos (mayoristas, tostadores, consumidores) quieren saber quién lo produjo. 

En 2023, planean plantar árboles de sombra para proteger los cafetos de la luz solar directa. Cuatro o cinco comunidades vecinas de San José están comenzando a producir café de especialidad y Mateo planea construir una molienda húmeda que todos puedan compartir. 

Mateo, quien ha echado raíces en San José y ha profundizado las relaciones con los productores, indica que la cooperación y la unidad son las claves para el futuro. Esto es para disipar los valores profundamente arraigados entre los productores del tipo “no voy a dejar que nadie toque mis tierras de cultivo ni a meterme a comentar sobre las tierras de nadie”. 

En Cochabamba casi no hay ningún escenario en el que los campesinos se apoyen mutuamente. Los productores no están organizados como en Caranavi, no hay ni siquiera cooperativas. Lo que yo quiero es que todos logremos algo juntos. La comunidad podría crecer aún más si a los intercambios entre productores que comenzaron con el café se le sumaran las relaciones cooperativas.

Mateo indica que, en Bolivia, las crecientes desigualdades entre las zonas urbanas y rurales y los pueblos indígenas y no indígenas crean conflictos entre las clases sociales.

La gente de los pueblos pequeños como San José se siente abandonada y tiene cierto resentimiento hacia la ciudad. Conectando los cafetaleros de San José con el “mundo exterior”, quiero lograr una reconciliación de esa división. Si San José ganara reconocimiento nacional e internacional y se construyera una relación de igualdad entre los pueblos y las urbes, sería un gran paso para la sociedad boliviana.

Texto: Takuya Takemoto

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