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Nicaragua, un país a merced de agitados cambios políticos, que no se rinde a pesar de toda adversidad
En el mundo, casi todas las zonas productoras de café son regiones económicamente pobres. Muchos de estos países sufren de inestabilidad política, con regímenes muy lejos de ser considerados democráticos, caldo de cultivo para el surgimiento de dictaduras. Nicaragua es el perfecto ejemplo. Tras el derrocamiento del régimen dictatorial de derechas de Somoza, al que siguieron la Revolución Popular Sandinista y la guerra civil, llegó la ansiada paz, sin embargo, esta duró poco, y hoy de nuevo, el país está sometido al yugo de un régimen dictactorial, el sandinista de Daniel Ortega, esta vez de izquierdas. Mi primera visita a Nicaragua fue en el año 1984, justo tras el estallido de la guerra civil.
En la frontera, en la primera línea del frente de batalla
Una guerra civil es un trágico conflicto que divide y enfrenta a ciudadanos de una misma nación. De la Revolución Popular Sandinista, resultó victorioso el homónimo régimen de izquierda sandinista. Mientras que en respuesta a la revolución, los soldados fieles al régimen somocista formaron la denominada Resistencia Nicaragüense, y dirigieron sus ataques contrarrevolucionarios desde la frontera norte con Honduras. La zona fronteriza se convirtió en campo de batalla.
Esta zona fronteriza de Nicaragua con Honduras es justo donde se produce el café nicaragüense. Esta se ubica, desde la capital de Managua, recorriendo la carretera Panamericana a 230 kilómetros en dirección norte. Visité el municipio de Ocotal, cabecera del departamento de Nueva Segovia, a solo unos 20 kilómetros de la frontera con Honduras. Este municipio es un importante centro cafetero.
Y solo un mes antes de mi visita, el municipio había sido atacado por los guerrilleros antisandinistas, llegados desde el otro lado de la frontera con Honduras. Recuerdo como al detenerme en el cruce ubicado en el centro del municipio de Ocotal, las paredes de todos los edificios a los que alcanzaba mi vista estaban llenos de agujeros de los impactos de las balas de los fusiles automáticos. La profundidad de estos orificios se debía a la cercanía del intercambio de disparos en el conflicto. El almacén de envío de café, la emisora de radio, entre otras edificaciones, fueron quemadas por completo. En medio de la carretera había apilados sacos de arena, que bloqueaban el paso de vehículos. Mientras que a las afueras del municipio, había en guardia 16 tanques de guerra del gobierno sandinista con sus cañones orientados hacia el norte. El responsable del Hotel Frontera, con cara de resignación me comentó: “Todo el municipio está rodeado de guerrilleros antisandinistas. Estamos en peligro permanente.”.
Pero, yo decidí adentrarme en el frente de batalla. Desde una colina cerca de la frontera, el ejército sandinista disparaba de forma ininterrumpida contra los antirrevolucionarios. Al lado de un obús, cuyo cañón por sí solo debía de tener 4 metros, se encontraba, cargando un fusil automático sobre su hombro, un joven soldado con inocente rostro. Era Héctor González, un niño de 12 años, estudiante de sexto curso de educación primaria. Me afirmó que estaba en el frente de batalla por su propia voluntad. Y al preguntarle la razón de ello, me respondió con la intrigante respuesta de “Es porque quiero estudiar”.
“No podré estudiar tranquilo, si no llega la paz al país. Yo creo que cuanto más soldados haya, más rápido lograremos la victoria, terminará la guerra, y finalmente podré dedicarme en cuerpo y alma a estudiar”. Durante ese periodo, Héctor pasó medio año luchando en el campo de batalla, y la otra mitad del año yendo a la escuela. Y cuando le pregunté que a qué se debía su tan ferviente deseo de estudiar, su mirada se iluminó, y enérgico respondió “Yo quiero ser biólogo marino”.
Me pregunté en ese momento, cómo ese niño que ni siquiera sabía si podía vivir más allá del día presente, podía reflexionar sobre su futura vida de adulto. No pude evitar emocionarme con este encuentro en el campo de batalla con este estudiante de primaria cuyo más ferviente sueño era estudiar. Un niño desilusionado por la hostil realidad, pero lleno de motivación por luchar por sus propios ideales. Este es el típico carácter de la población nicaragüense. En todo, los nicaragüenses se caracterizan por su marcada energía.
Recogiendo el café, con un fusil en el hombro
Mi visita a los cafetales del departamento de Matagalpa, en la zona montañosa del centro del país, coincidió justo con la temporada de cosecha del café. Entre los cafetos que cubren densamente la ladera de la montaña, trabajaban cerca de 180 campesinos, quienes tomaban con sus manos las cerezas del café, se agachaban con cuidado y las introducían en una cesta de fibra vegetal. Uno de los recolectores de café tenía colgado sobre su hombro un fusil automático. Una vez con la cesta llena de cerezas de café, los recolectores las esparcían en la estera colocada en el patio del cafetal, bajando la ladera.
Encima de la estera había sentados dos niños, quienes estaban seleccionando y separando las cerezas de café maduras de color rojo de las cerezas de café de color verde. Bernarda, una chica de 11 años, estudiante de cuarto año de primaria, y Fabio, su hermano menor de 10 años. Ellos se dedicaban a esta monótona labor, bajo un sol abrasador, en el agotador horario desde las seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Los dos niños, trabajaban en el cafetal, durante el periodo de las vacaciones de invierno escolares de enero a marzo de cada año. Bernarda era toda una veterana en su labor, siendo ya su cuarto año trabajando. Fabio estaba ataviado con una gorra de soldado del ejército sandinista, que le había dado su padre, mientras que en sus pantalones de color marrón se observaban agujeros en la zona de las rodillas y grandes roturas en la zona de las piernas. Sus padres también trabajaban en el cafetal, sin embargo, no les alcanzaba para remendar la ropa de sus hijos.
Bernarda, orgullosa, me contó: “De mayor, quiero ser médica. Ahora mismo todos necesitan médicos que les curen. Cuando alguien se ponga enfermo en el municipio, yo les curaré”. ¿No les parece tan conmovedor como para ponerse a llorar? Bernarda también me comentó lo siguiente mientras agarraba en su mano una de las cerezas de café. “A simple vista, parecen iguales. Pero, la expresión de todas y cada una de las cerezas es diferente”. Por desgracia, a Bernarda no se le dejaría probar ni siquiera el café equivalente a una sola de esas cerezas de café.
Las cerezas de café maduras se enviaban a la instalación de procesado, Beneficio San Carlos, ubicada a los pies de la montaña. Tras secarlas al sol, ya procesadas, se empaquetaban en bolsas y se enviaban al extranjero a regiones como Europa. El personal encargado de estos trabajos eran hombres vestidos con monos de color azul. Todo el personal trabajaba en silencio. Aunque se les hablara, no se inmutaban, solo respondían con un gesto desconsolado y una ligera sonrisa. Porque lo cierto es que estos trabajadores eran prisioneros. Eran antiguos soldados pertenecientes al régimen somocista, que gobernaba antes de la Revolución Popular Sandinista, con el nuevo gobierno sandinista algunos habían sido condenados incluso a 30 años de prisión. Los monos azules eran la vestimenta de los prisioneros. Todas las mañanas, los prisioneros eran enviados desde la prisión hasta la planta procesadora, en donde permanecían hasta que llegaba la tarde y regresaban a su confinamiento. Se dice que hubo prisioneros que incluso continuaron con esta vida durante más de 7 años.
En la planta procesadora trabajaban 250 personas, y se elaboraba café de exportación de alta calidad. Marta, encargada de contabilidad, me comentó que “El año pasado, a causa de la guerra, se complicó la entrada a la montaña y se retrasó la cosecha. Por suerte, este año esperamos una cosecha de buena calidad”. Todos los acontecimientos de la guerra se vieron directamente reflejados en sus ingresos.
En el municipio de Matagalpa había un despacho de reclutamiento de personal para la cosecha del café. En su fachada había colocado un cartel con el siguiente mensaje: “¡Unámonos todas a la lucha del café! – Brigada de mujeres productoras”. También, había otro cartel con proclamas revolucionarias como “¡Mujeres, a las trincheras! ¡Por la paz y la revolución!”. En Nicaragua destacan las brigadas femeninas. Sin duda, este es un país en el que hay fuertes mujeres. Se dice que, respecto a este llamado, 252 mujeres se presentaron para servir como trabajadoras en el café durante un mes.
La Revolución Popular Sandinista
En el año 1979, se alzó como victoriosa la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua. Hasta la revolución, se había asentado el régimen dictatorial del General Anastasio Somoza. Mientras que la guerrilla de izquierda formada por personas que aspiraban a la consolidación de un régimen democrático y a una redistribución justa de la rica, se denominó Frente Sandinista de Liberación Nacional. Este frente recibió el nombre del revolucionario general Augusto Nicolás Calderón Sandino, quien fue asesinado por enfrentarse al régimen somocista.
Sin embargo, todo esto ocurrió en medio de la Guerra Fría. El gobierno estadounidense de Ronald Wilson Reagan mantenía una política de odio frente a cualquier régimen de izquierda, los soldados del antiguo régimen somocista exiliados se unieron y formaron la denominada Resistencia Nicaragüense, sentaron su base en Honduras, al norte de Nicaragua, desde la cual incursionaron en Nicaragua a través de la frontera. Este grupo de insurgentes fue financiado por Estados Unidos. Es decir, esta fue una guerra instigada por Estados Unidos.
La furia de los nicaragüenses se dirigió hacia los Estados Unidos, por haber provocado esta guerra civil. Y por esta razón, el apoyo de la población hacia el régimen sandinista no hizo nada más que aumentar. Aunque hablemos de un régimen del régimen sandinista como de izquierdas, no todos los miembros de su gobierno eran personas de imponente porte. Más bien lo contrario, muchos de los miembros del gobierno eran personas provenientes del mundo de la cultura. El vicepresidente era escritor, y además varios ministros eran poetas.
También hubo ministros que eran curas católicos. En total hubo 4 curas católicos. Dentro de la iglesia católica, tradicionalmente vista como una institución conservadora, en la Centroamérica de la época se difundió la corriente progresista teológica conocida como “La teología de la liberación”. Esta corriente considera que luchar por la justicia social es un deber de los creyentes, lo que hizo que la iglesia católica se alzara en primera línea de la revolución social en una aspiración por lograr una sociedad igualitaria y justa en la que las personas más pobres tuvieran cabida.
El cura Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura de Nicaragua, fundó una cooperativa agrícola en el archipiélago de Solentiname, ubicado en el lago Cocibolca, al sur de Nicaragua, en donde se generó un movimiento artístico a través de la pintura entre los agricultores. Este es un movimiento en el que los agricultores pintaban al óleo bajo temáticas como los paisajes de su zona, en las que representaban con precisión todo detalle, incluso cada hoja de un árbol, lo que hizo que se conociera como “primitivismo”. Los colores principales de estas pinturas son vívidos y reflejan los detalles de la vida campesina.
Entre estas pinturas primitivistas se halla una titulada “El café en su florecimiento”. Esta pintura de tonalidad básica verde representa en un primer plano los cafetos con sus cerezas maduras y sus flores blancas, personas a bordo de un velero, los conejos que descansan a la sombra de los árboles del bosque, así como coloridas mariposas revoloteando sobre las flores.
La crítica de arte mexicana Ida Rodríguez Prampolini relata que “En el ámbito de la persecución de la verdad, en la lucha por apropiarse de la realidad, no se aprecian diferencias entre un soldado nicaragüense y un pintor del archipiélago de Solentiname”. En Centroamérica, la cultura también es parte de la lucha.
Una estudiante de secundaria que conocí en un barrio residencial pobre de la ciudad de Managua, Oneida, me contó lo siguiente: “Gracias a la Revolución Popular Sandinista, toda la población goza de igualdad. Yo ahora también puedo tocar el violín. Sin la revolución, yo no podría haber tenido acceso a un violín, ni siquiera podría haber ido a la escuela”. En esta época, en la que a la población que ya sufría de pobreza, se le complicaba más su vida a causa de la guerra, muchos estaban viviendo con esperanza, gracias a la búsqueda de la cultura. Aprecié como en Nicaragua, un país del que habían surgido un gran número de entusiastas poetas, no solo se estaba luchando en los frentes de guerra, sino que estaba surgiendo un movimiento cultural.
El declive de la Revolución Popular Sandinista
La guerra civil terminó en el año 1990. Se firmó un acuerdo de paz y se celebraron elecciones. En las elecciones perdieron los sandinistas y se formó un régimen de centro moderado. Este resultado electoral reflejó el cansancio de la población de la larga guerra prolongada durante años, los nicaragüenses apoyaron a una moderada opción política, ni de derechas, ni de izquierdas. Sin embargo, la recuperación de los estragos de la guerra apenas avanzaba. Y entre la cúpula de ese gobierno surgieron personas que usaron su poder para construirse un capital propio, por ejemplo, apoderándose a título personal de las mansiones abandonadas por ricos nicaragüenses que tuvieron que exiliarse. En medio de esta agitación política, aumentaron de nuevo los enfrentamientos políticos, y en las siguientes elecciones los sandinistas de izquierda retomaron el poder.
La persona que se alzó en la toma de control, eliminando a todos sus adversarios políticas, fue el presidente Daniel Ortega, quien proclama una política fundamentalista de izquierdas. Más tarde, Daniel Ortega eliminó de la constitución la norma de no reelección presidencial, e incluso ha nombrado a su esposa como vicepresidenta, creando todo un régimen dictatorial. A causa de estas acciones de Daniel Ortega, las personas concienciadas de bien se han alejado de los sandinistas.
Hasta que de nuevo en el año 2018, la población indignada por la política del país, emprendió una serie de protestas en las que pidieron la dimisión del presidente Daniel Ortega. Frente a esto, la policía hizo uso de la fuerza para intervenir en las protestas, lo que resultó en la muerte de más de 300 ciudadanos. Tras esta represión, los líderes de la oposición fueron encarcelados, convirtiéndose el país en una sociedad de absoluta represión política. Nicaragua, que hace décadas sufrió un régimen dictatorial militar de derechas, hoy día está sometida a un régimen dictatorial de izquierda. Un amigo periodista nicaragüense me contó “Daniel Ortega se ha convertido en un dictador comparable con Iósif Stalin”.
Las empresas extranjeras han abandonado el país, y el número de turistas, que ya era bajo, se ha prácticamente reducido a cero. La tasa de crecimiento económico registrada en el año 2018 fue de menos 3 %. Más de 100 mil personas se han visto abocadas a tener que huir del país como refugiados, al no poder subsistir en Nicaragua. Así como muchos otros nicaragüenses, se han ido en búsqueda de trabajo e ingresos al extranjero, al no tener oportunidades laborales en el país.
A esto se suma la pandemia de COVID-19 desde el año 2020. En los países del entorno se registraron contagiados de COVID-19 en cifras de millones, sin embargo, el gobierno de Nicaragua solo ha hecho público un total de unos 10 mil contagiados. Una cifra claramente muy lejos de la realidad. Más que tergiversación, esta cifra es una ocultación de la información. Un gobierno que toma esta clase de acciones no podría durar mucho más.
¿Y qué están haciendo todos los nicaragüenses exiliados? Estados Unidos se vio inundado de solicitudes de centroamericanos deseosos de ingresar como refugiados, y a raíz de este auge migratorio, el entonces presidente Donald Trump anunció un cierre de las fronteras. Entre las nacionalidades objeto de esta medida se encontraron también los nicaragüenses. Pero, incluso aunque fueran como refugiados a los Estados Unidos, no existe ninguna garantía de que puedan mantener una vida allí, más ahora, que ni siquiera los dejan entrar a los Estados Unidos.
Así que por todo esto, muchos nicaragüenses han decidido probar suerte al sur, en el país vecino de Costa Rica. Costa Rica ha implementado una política de recepción de refugiados nicaragüenses. El gobierno de Costa Rica no los interna en campos de refugiados, como vemos en otros países, sino que el estado brinda apoyo a los refugiados para que se puedan independizar, por ejemplo, tras 5 años de residencia, les permiten acceder a la nacionalidad de Costa Rica. Lo cierto es que muchos de los trabajadores en los cafetales de Costa Rica son nicaragüenses. Hay tanto nicaragüenses que se han quedado a vivir, como otros que son trabajadores temporales que permanecen solo en Costa Rica durante su periodo de trabajo. Esto ha generado que Nicaragua tenga cada vez más problemas económicos, mientras que Costa Rica se desarrolla al obtener nueva fuerza de trabajo. Esta es la tendencia que está ocurriendo actualmente.
Pasión por la recuperación
Pese a todo esto, la población nicaragüense no se rinde. No hay que olvidar que ya triunfaron una vez en su revolución. No aguantarán para siempre este régimen que gobierna con puño de hierro. Y lo cierto, es que incluso en esta dura situación, hay personas que continúan con una actividad económica de forma independiente.
En el principio de este artículo escribí sobre la imagen del municipio de Ocotal, tras el ataque de los guerrilleros antisandinistas. Julio Peralta, representante de Peralta Coffees y residente en el municipio de Ocotal es un buen ejemplo. Aprovechando la visita de Julio Peralta a Japón en octubre de 2022, aproveché para preguntarle por su historia.
Julio Peralta es administrador de un extenso cafetal con 74 hectáreas ubicado en la zona fronteriza, él es la cuarta generación a cargo de este cafetal. Cuando era niño, durante las vacaciones escolares de verano, se subía en la parte de carga de la camioneta para participar en los trabajos de la cosecha. Tras el estallido de la guerra civil, Julio, que era un adolescente, fue enviado a estudiar en una universidad en los Estados Unidos. Al volver la paz a Nicaragua y darse por terminada la guerra, Julio decidió regresar a su localidad natal, para trabajar en la recuperación de la industria del café.
Sin embargo, esto no fue para nada un camino fácil. Nicaragua es asolada con frecuencia por las erupciones volcánicas y los grandes terremotos. Mientras, que con la bajada del precio internacional del café, se sufrió una merma en los ingresos, al no poder vender la producción al debido precio. Y en el año 2018, cuando finalmente todo iba por el buen camino, se produjeron las protestas en contra del gobierno de Daniel Ortega, que paralizaron las exportaciones. En esta época de cese de exportaciones, Julio me contó que muchos de sus colegas caficultores tuvieron que abandonar sus cafetales y dejar la industria del café.
Pero, pese a todo esto Julio me declaró que “El trabajo de los caficultores es enfrentarse a la adversidad. Se nos presentan dificultades en todo momento, por ejemplo, el cambio climático, los súbitos cambios en la situación política, la falta de mano de obra, entre otros”, y relata que “Yo por mi parte me seguiré esforzando demostrando la resiliencia propia de los nicaragüenses”.
Yo también espero hacerme pronto con café nicaragüense y poder degustarlo a fondo. Me encantaría degustar el enérgico sabor de su café.
Foto superior: Jorge Mejía peralta
Segunda fotografía de ancho completo: Susan Ruggles