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Guatemala, el país con un pasado de opresión de sus pueblos indígenas, que hoy día se enorgullecen de su enorme vitalidad
Guatemala es un país de volcanes y selvas. Aquí también se encuentra el punto más alto de toda Centroamérica, el volcán Tajumulco, con una altitud de 4222 metros. Entre la densa selva se erigen las pirámides maya, cultura que prosperó antaño, en cuyas ruinas se esconden sus avanzados calendarios e inscripciones en el sistema de jeroglíficos mayas. Fueron los indígenas los que desarrollaron esta extraordinaria cultura. De todos los países de América Latina, Guatemala es el país con mayor proporción de población indígena. Pero lo cierto, es que todos estos pueblos indígenas fueron conquistados por los españoles y, tras la independencia, obligados a trabajar forzosamente en los cafetales. El café exportado de Guatemala a Japón, en el pasado, debido a la dificultad para su pronunciación, era etiquetado con la transcripción fonética "Gatemala". En Japón, el café guatemalteco gozaba de gran popularidad por su marcada acidez y denso cuerpo. Sin embargo, la amargura del sabor del café, era justo la misma del sufrimiento de los pueblos indígenas oprimidos.
En el paisaje más hermoso del mundo
Delante de mis ojos se expande un extenso lago. Este es un lago ubicado en un enorme cráter volcánico, resultado de una erupción volcánica. Y en el centro de esta estampa se divisan tres volcanes de elegante forma cónica. Todos ellos son volcanes con una altitud de más de 3000 metros. Su imagen se refleja sobre la superficie del lago, formando una escena de extraordinaria belleza. Los botes que parten desde el embarcadero en la orilla del lago, navegan apaciblemente. Es un paisaje de ensueño.
El lago de Atitlán se ubica a unos 150 kilómetros al oeste de la Ciudad de Guatemala, capital del país, a una altitud de 1562 metros. El tiempo avanza sin darme cuenta, mientras aprecio este lago y sus volcanes, que son considerados en su conjunto como “El paisaje más hermoso del mundo”. La brisa del aire puro que llega desde el lago también me inunda de frescor. Aquí uno relaja su mente, como si se tratara del paraíso.
Aquí no solo puedo observar el paisaje, sino también a la población indígena. Los indígenas que andan por la orilla del lago, especialmente las mujeres, visten alegres y coloridos vestidos tradicionales indígenas. Visten, por ejemplo, huipiles de color turquesa con delicados bordados y un corte con rayas verticales de color azul oscuro y blanco, o bien huipiles con motivos de flores amarillas y rojas o pájaros sobre una tela blanca, entre otros. La prenda superior se denomina “huipil”, este un vestido tradicional indígena con una abertura para la cabeza. Está creado con una simple estructura resultante de unir varias piezas rectangulares de tela algodón con costuras. Mientras que la falda del vestido es denominada “corte”, esta es una falda de corte recto que se enrolla a la cintura.
A pesar de denominarse mayas en su conjunto, no es una única etnia uniforme. Guatemala cuenta con una población de 22 etnias indígenas diferentes. Que hacen un total de 23 etnias, con los ladinos, término que se usa para referirse a la población mestiza o “hispanizada”. Cada uno de los pueblos indígenas tiene su lengua propia, de modo que si no hablan el español, no son capaces de comunicarse entre ellos. Las vestimentas también son diferentes para cada etnia. Es más, son diferentes incluso dentro de una misma etnia, las vestimentas difieren en cada aldea o pueblo. De modo que, observando las vestimentas de la población indígena, uno podría ser capaz de comprender de qué etnia y pueblo es originaria dicha persona.
Hay diferentes puestos de venta de souvenirs. Yo me fijé en este cuadro. En este lienzo de unos 40 centímetros de ancho se plasma el paisaje de delante de mis ojos. A ambos lados del lago y los volcanes se observa una concentración de cafetos de los que brotan frutos rojos y verdes. También hay un total de 4 personas, hombres y mujeres, recogiendo manualmente las cerezas de café. Las mujeres se representan con un huipil blanco con rayas verticales y un corte, mientras que los hombres se representan con una chaqueta de color rojo y verde, y un pantalón de color blanco con motivos de rayas verticales hasta las rodillas. Los caficultores se fijan una cesta de recogida a su cintura con una cuerda, en donde van introduciendo las cerezas de café que recogen a mano. Los sacos colocados sobre el suelo rebosan con las cerezas de café, trasladadas desde las cestas de recogida.
En algunos de estos puestos también vendían café. No solo en paquetes como estamos acostumbrados, sino también en formato de pequeñas bolsas cerradas con un cordón hechas con telas tejidas a mano, en las que introducen el café. Estas bolsas llevan atada como adorno una muñeca de unos 5 centímetros ataviada con un vestido indígena. El precio es asequible, sin embargo, al abrir la bolsa uno se encuentra con granos de café dispares, de los que es difícil esperar cierta calidad.
Indígenas a los que se le arrebataron sus tierras
En un trayecto en coche de unos 30 minutos en dirección hacia la Ciudad de Guatemala, se encuentra la antigua capital colonial del país, la ciudad de Antigua Guatemala. En esta ciudad designada como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, destacan las casas simples, pero elegantes de estilo colonial, que se distribuyen a lo largo de sus calles empedradas. Durante la época del virreinato de Nueva España, bajo el nombre de Santiago de los Caballeros de Guatemala, esta ciudad fue la capital de la Capitanía General de Guatemala.
Hoy día hay un gran número de escuelas de español, en las que también estudian muchos japoneses. El director de cierta escuela me comentó lo siguiente: “El café más delicioso que he probado en mi vida es el café instantáneo de Japón que me trajo un alumno japonés”. No cabe duda que si él afirma esto, es porque nunca ha probado el auténtico café que se produce localmente en Guatemala.
La región que comprende desde este municipio hasta el lago de Atitlán es conocida como Bocacosta, aquí se concentran las plantaciones de café. En la parte norte de esta región, hay una cordillera formada por 33 volcanes de entre 2000 y 3000 metros de altitud, las laderas de estas montañas son la zona idónea para el cultivo del café.
Es por esto, que a lo largo de toda la región se extienden grandes fincas de café. Aquí, si uno mira a su alrededor verá una inmensidad de cafetos protegidos de la luz directa del sol por los árboles de sombra. También se observan las espaciosas instalaciones de procesado en las que se extienden los granos de café en extensos patios para su secado al sol. El hecho de que aquí en Guatemala se hayan desarrollo cafetales de gran extensión, a diferencia de Costa Rica, que es un país con muchos pequeños cafetales, se debe a razones históricas.
Durante la época del virreinato de Nueva España, los conquistadores españoles dominaron a la población indígena con el uso de la fuerza. Los españoles usaron a la población indígena como mano de obra prácticamente esclava para el cultivo de tintes como el añil, el cual enviaban a la metrópoli. Pero, con la Primera Revolución Industrial en Inglaterra, se lograron desarrollar tintes químicos, que provocaron un descenso en la venta de tintes naturales. En ese entonces, toda la atención se trasladó al cultivo del café, que ya estaba generando beneficios en Costa Rica.
El caudillo Justo Rufino Barrios Auyón, desde el año 1871 y durante los 15 años que duró su dictadura, gobernó con puño de hierro, expropió las tierras de cultivo de las comunidades indígenas y las transformó en fincas para el cultivo de café. A los indígenas, que hasta aquel entonces plantaban maíz en sus tierras para su subsistencia, no les quedó otra que trabajar para las fincas de café. La población indígena también fue empleada en las obras de construcción de las vías ferroviarias para la exportación del café. El salario que se les daba era una escasa cantidad con la que apenas podían sobrevivir. En el año 1934, se promulgó la Ley contra la Vagancia que obligaba a la población indígena a que trabajara cierto número de días al año en las fincas de los terratenientes. Este era un sistema que en la práctica trataba a los jornaleros indígenas como esclavos del estado y los terratenientes.
Un flagrante desprecio de los derechos humanos
Tras esto, hubo un breve periodo de tiempo democrático, en el que hasta se llegó a planificar una reforma agrícola que otorgaría tierra a la población indígena. Sin embargo, la injerencia de Estados Unidos, provocó la llegada de un régimen dictatorial militar, que borró por completo las aspiraciones de los indígenas. Los campesinos que se oponían al régimen dictatorial tomaron las armas y en el año 1960 se desató un conflicto armado interno. El ejército masacró a la población indígena insubordinada. La dura realidad vivida en este turbulento periodo de la historia se relata en el libro “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia” (escrito por Elizabeth Burgos, publicado por Casa de las Américas, 1983) que relata la vida de la maya quiché Rigoberta Menchú Tum, ganadora del Premio Nobel de Paz.
Rigoberta fue obligada a trabajar desde los 8 años en una finca propiedad de terratenientes en los trabajos de recogida del café. La cuota de recogida establecida era de 15 kilogramos diarios. Recoger este peso para una niña de 8 años era un trabajo agotador. Y aun así, solo recibía un salario equivalente a 0.50 USD. Si durante la recogida de las cerezas de café, dañaba alguna de las ramas de los cafetos, los daños le eran deducidos. Los capataces estaban vigilando en todo momento a los campesinos, nada más preocupados porque no dañaran ni siquiera una hoja de café. Los campesinos no tenían derecho a recibir ningún tratamiento médico, incluso aunque se pusieran enfermos, y ni si quiera podían beber el café producido por ellos mismos. “Me trataban peor que a un perro”, afirmaba Rigoberta.
El padre de Rigoberta fue asesinado por el ejército por haber participado en el movimiento de defensa de las tierras y los derechos indígenas. Su madre fue secuestrada, torturada y asesinada por el ejército. Llena de heridas, fue abandonada en medio de la selva, donde murió lenta y dolorosamente, mientras se reproducían los gusanos en el interior su cuerpo. Fue tan cruel su muerte, que el ejército vigiló el cadáver para que no fuera recogido por los aldeanos, fue abandonado hasta ser depredado por los buitres y los perros salvajes. Su hermano mayor falleció intoxicado mientras rociaba químicos para el cultivo del algodón. Mientras que su hermano menor fue crucificado y quemado delante de la multitud. Fue condenado a la muerte como castigo ejemplar de lo que le pasaría al resto de campesinos si no se dedicaban solo a callar y trabajar. Todas estas barbaries pasaron con total impunidad.
En Guatemala nadie alzaba la voz en contra de esta situación de injusticia. Para denunciar internacionalmente la angustia en la que vivía, lo primero que hizo Rigoberta Menchú fue estudiar español. Ella que ni siquiera pudo asistir a la escuela primaria, no era capaz de hablar el único idioma oficial de Guatemala en aquel entonces, el español. Posteriormente, Rigoberta Menchú se convirtió en activista de los derechos humanos y dio a conocer al mundo la crueldad del régimen militar de Fernando Romeo Lucas García. En el año 1992, le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz. Al escuchar su discurso, una de las primeras cosas que menciona es que “La propia existencia del ejército es un daño a la humanidad”.
Bajo esta situación, la población indígena fue dominada por los grandes terratenientes, que les obligaban a cultivar el café. Estamos hablando en la época en la que en Japón, la producción de este país era etiquetada como “Gatemala”. Una transcripción fonética que se debe a que en aquel entonces era difícil para los japoneses pronunciar correctamente Guatemala. Pues, el interés en Japón por el país se reducía solo al café. Por mucho que se consumiera el café, no era normal reflexionar sobre el proceso de su producción. Es justo por esto, que la situación en la que se encontraba Guatemala era apenas comprendida fuera de sus fronteras. Este desinterés no solo se limitaba a Japón, sino a todo el mundo. A la vez que los amantes del café de la época disfrutaban de lo delicioso que era el café, no llegaban a imaginarse que ese líquido que consumían era el fruto del sufrimiento de la población indígena guatemalteca.
Cambios tras el fin del conflicto armado interno
La guerra civil de Guatemala finalizó el 29 de diciembre de 1996. En los 36 años que duró este conflicto armado interno, hubo un total de cerca de 200.000 muertos y desaparecidos. La mayoría de estos fueron indígenas. La población indígena no fue solo oprimida por el ejército, sino también hubo población mestiza que aniquiló a los indígenas, sumándose a los grupos de vigilancia contratados por el ejército. Cuando visité Guatemala en el año 2002, presencié una manifestación en la Ciudad de Guatemala, en la que cerca de 20.000 indígenas venidos de todas partes del país, pedían que se estableciera una ley que reconociera sus culturas e identidades autóctonas. Esta protesta había sido organizada a raíz del asesinato de un representante indígena que había sido elegido como alcalde tras el fin del conflicto armado interno, y que en el pasado también había sido guerrillero.
De este modo, el conflicto sigue vigente hoy día. En el encuentro con la representante de una organización de mujeres que representa a 13.000 familias que perdieron a sus esposos y familiares en esta guerra civil, ella me contó que “Incluso tras haberse firmado el acuerdo de paz, han continuado los asesinatos de activistas de los derechos humanos, actualmente los responsables de la masacre siguen ostentando el poder. Lo cierto es que me aterra ser activista bajo tales amenazas”. Mientras que una experta japonesa que colabora en el esclarecimiento de la verdad de los hechos nos relata que: “La población vive sumida en el odio y el miedo. Porque aquí las víctimas viven junto con sus perpetradores”. Pero aun así, finalmente se ha juzgado a los responsables de esta masacre. En el año 2013, el expresidente Efraín Ríos Montt, que ejerció una dictadura militar, fue declarado culpable a 50 años de prisión por delitos de genocidio y 30 años por delito de lesa humanidad. Poco a poco, el país está evolucionando.
La situación en la que se encuentra la industria del café también ha cambiado. En el año 1991, a raíz de la crisis en el precio del café, hubo un cambio de política, en la que se pasó de perseguir un aumento de la producción, a aspirar a cultivar un café de marca de alta calidad. Actualmente, el café producido en Antigua cuenta con una gran reputación internacional. Este café de alta calidad es cultivado con el cuidado y esfuerzo de los pequeños caficultores de la región del lago de Atitlán. Sin embargo, todavía es frecuente el pago a los caficultores con base en los resultados de su recogida, así como incluso se emplea mano de obra infantil para la recogida de las cerezas de café. A raíz de la crisis del café del año 2001, los movimientos que buscan transformar el café en un cultivo más rentable se han fortalecido.
Para el café guatemalteco, tras Estados Unidos, Japón es el segundo mercado internacional más importante, representando el 14 % de las exportaciones de su café. El café que se exporta a Japón son granos de café de máxima calidad especialmente seleccionados. Esto es gracias a que desde antaño en Japón hay un gran número de fanáticos del café guatemalteco. Y que de hecho, siendo así, nos gustaría que los japoneses se vuelvan capaces de pronunciar el país correctamente, en vez de “Gatemala”, y que sean capaces de identificar correctamente por quién y cómo se ha producido el café que consumen.
El orgullo de la población indígena
Bajo el deseo de ver con mis propios ojos la realidad de los pueblos indígenas que no viven en la sociedad urbanizada, decidí visitar el municipio de la etnia quiché, a la cual también pertenece Rigoberta Menchú. A 1 hora 30 minutos desde el lago de Atitlán, en el interior del país, se encuentra el municipio de Santo Tomás Chichicastenango. Este municipio se ubica en la cumbre de una montaña, a una altitud de 1965 metros. El municipio en cierto grado se ha convertido en un zona turística, pero aun así, la vida de la población indígena sigue manteniéndose como antes. Aquí, dos días a la semana, el ayuntamiento celebra una reunión, en la que se reúnen decenas de miles de indígenas venidos de todos los pueblos de alrededor.
Mi visita al municipio fui durante un día festivo. La zona de delante de la Iglesia de Santo Tomás de fachada blanco impoluto construida en el año 1540, ubicada en el centro del municipio, estaba atestada de lugareños. En la plaza central aparecieron personas con una máscara que representaba la imagen de un hombre blanco, con una armadura dorada, y otras personas que portaban inusuales adornos de plumas de ave. Los primeros eran una representación de los conquistadores llegados de España. Bailaban acompañados del rezo de los chamanes indígenas.
Al alejarme de la plaza, paseando por el municipio, me encontré con dos chicas jóvenes con ropas indígenas que vendían tejidos en la calle. Las dos debían tener la edad propia de estudiantes de secundaria. Al preguntarles, me contaron que vendían de forma ambulante los tejidos hechos con el telar por su madre. El inocente rostro de estas niñas me recordó al de cualquier niña de su edad que pudiera encontrar en Japón. No puedo si no solo desear que llegue pronto el día en el que avance la independencia económica de los pueblos indígenas, de modo que estas niñas, cuando sean adultas puedan degustar el café local de su propio país.
Al regresar a la Ciudad de Guatemala, delante de un moderno edificio, una chica con vestimenta indígena estaba regentando un puesto de elotes (mazorcas de maíz). Tratándose de la gran ciudad del país, lo normal para mí hubiera sido que ella vistiera una ropa actual de estilo occidental. Sin embargo, ella entre risas, me contó lo siguiente: “Si abandono esta vestimenta, yo dejaría de ser yo. Esta ropa es una prueba de respeto a mi etnia”.
Indígenas, a los que por mucho que se les haya pisoteado a lo largo de la historia, viven con gran orgullo su identidad, mostrándola de frente. La marcada acidez y el denso cuerpo del café guatemalteco es como una muestra de la vitalidad de la población indígena que vive su vida con fortaleza, superando su pasado de opresión.
Una taza de café guatemalteco por las mañanas demuestra un gran efecto para quitarse la somnolencia.